¡Feliz Día de la Madre!
Hoy celebramos a la persona que nos dio la vida y nos enseñó a vivirla con amor, fuerza y ternura. Gracias por estar siempre, por tu paciencia infinita, tu cariño incondicional y tu ejemplo diario.
Lo mejor de mí es mi madre.
Esta frase expresa con sencillez y profundidad cuánto influye una madre en lo que somos. Porque en cada gesto de bondad, en cada palabra de aliento, en cada acto de amor que nace de mí, hay una parte suya.
Ellas son un ejemplo de fuerza silenciosa, de ternura infinita y de entrega sin condiciones. Nos enseñó a levantarnos cuando caímos, a creer en nosotros cuando dudábamos, y a amar profundamente.
Todo lo bueno que hay dentro de cada uno de nosotros es porque ellas lo sembraron con su amor. A todas ellas, nuestro agradecimiento por ser raíz, refugio e impulso.
Nuestro primer amor, nuestra eterna guía.
Fueron las primeras en mirarnos con un amor que no pedía nada a cambio, incluso antes de que entendiéramos el mundo. Desde el primer latido de nuestras vidas, ya estaban allí: protegiéndonos, soñando por nosotros, amándonos sin medida.
Fueron nuestro primer refugio, nuestros primeros pasos, nuestras primeras palabras. Y aunque el tiempo ha pasado, siguen siendo esa voz que nos orienta, las manos invisibles que nos sostienen cuando caemos, la luz que nos guía en nuestras noches más oscuras.
Su amor ha sido la base sobre la que hemos crecido. Su ejemplo, la brújula que nos acompaña cada día. Por eso, aunque la vida nos lleve por distintos caminos, en cada decisión, en cada logro, en cada paso, hay una parte de ella con nosotros.
Porque no fueron solo nuestra madre. Fueron, y serán siempre, nuestro primer amor… y nuestra eterna guía.
