La injerencia rusa no es nueva, pero no por ello es menos importante. Yo la conocía por mis colegas y amigos rusos, con quienes coincido en congresos y seminarios internacionales. Lo explicaban con cierta normalidad, dentro de la geopolítica de su país, dirigida a devolver a Rusia el protagonismo internacional que ha perdido desde su desmembración.
El hecho de que, en el mundo, grandes potencias como EE.UU o China pudieran tener mejor influencia que ellos, era una hipótesis que les desconcertaba. Como, además, la Unión Europea no es que hubiera jugado sus mejores cartas en la crisis de Crimea, o cuando fracasó el intento de hacer el tratado de asociación y colaboración con Rusia, ciertas corrientes rusas consideran a la Unión como responsable de estas frustraciones y como una organización que se inmiscuye en lo que para ellos constituye, todavía, la idea de la “gran Rusia”.
Aunque conocida, pues, quizás lo más relevante sobre la injerencia de Rusia es la difusión que ahora se le está dando. Hemos podido ver vídeos, leer tuits, mensajes bien elaborados, tanto en el contenido como en los elementos visuales y de presentación e impacto, que han sido creados por agencias situadas en ese armazón propagandístico.
Estas empresas, porque es todo un entramado empresarial, que se vende al mejor postor o que actúa según sean los intereses de quienes las apoyan en Rusia, mantienen intacta la experiencia y bagaje de la época de la Guerra Fría, en la que propaganda era esencial para defender los intereses soviéticos, y, en paralelo, se han modernizado, adquirido infraestructura y penetrado en sistemas de comunicación de manera tremendamente eficaz.
Todo aquello que pueda desestabilizar a la Unión Europea ya le va bien.
Sin que podamos pensar que a Rusia le interese, per se, la independencia de Cataluña, pues en el fondo le da lo mismo, todo aquello que pueda desestabilizar a la Unión Europea ya le va bien. Por eso apoya movimientos de ultraderecha, populistas y secesionistas en toda Europa y facilita que las reuniones de esta “Internacional del secesionismo” tengan lugar en territorio ruso. Estamos, de alguna manera, en el punto de mira de los intereses estratégicos de Putin y que parece que seamos una especie de "campo de prueba" de la batalla cibernética actual.
Lo que aquí se hace es un "experimento" que veremos hacia dónde deriva, si es que nos enteramos de ello. Quizás sí que nos enteremos, como finalmente se ha sabido que Puigdemont, tras haberlo negado reiteradamente, tuvo contacto personal con el magnate ruso Aminov, se supone que con la finalidad de buscar sostenibilidad financiera para una Cataluña independiente. Pero como ello no era conveniente que se supiera, se ocultó hasta que ya no pudo estar más tiempo fuera del alcance de los medios.
Por eso se cuida tanto "la imagen". Somos presas de "la imagen" que damos al mundo. El secesionismo lo conoce bien. Se ha "entrenado", con el apoyo de organizaciones poco claras pero cuya relación con las que están situadas en el entorno de Putin es más que evidente, en otras independencias y de ellas ha copiado coreografías y técnicas de propaganda: la vía báltica, las cruces balcánicas, el uso de radios y TV locales para la difusión de mensajes simples pero de calado emocional comprobado... Todo ello ya se había hecho y, ahora, con la ayuda de las empresas de la "nueva comunicación" se perfecciona.
Calibrado y estudiado para repercutir un impacto exponencial en los medios de comunicación.
Los vídeos sobre la "represión" del 1 de octubre, las imágenes que pretenden mostrar el "control del territorio" por parte del secesionismo en las aturades de país... todo ello está perfectamente calibrado y estudiado para repercutir un impacto exponencial en los medios de comunicación. Las redes sociales contribuyen decisivamente a la extensión de los mensajes. De ahí que, si pensamos en lo que sucedió con la "huelga general" del día 3, que fue en realidad un sabotaje perpetrado por la misma minoría de provocadores que actuaron también en otras ocasiones, notablemente el 1 de octubre, la actividad de los piquetes no fue más que una búsqueda [fallida] de imágenes de un Estado represor que no respeta los derechos de los ciudadanos.
Sólo así se entiende la consigna recibida por las fuerzas y cuerpos de seguridad de permanecer prácticamente impasibles ante ocupaciones de vías de ferrocarril, carreteras y nudos de comunicación neurálgicos, porque es evidente que por el número de personas implicadas en los distintos piquetes, se hubiera podido "restaurar" el orden con intervenciones selectivas y eficaces que, por lo demás, nunca llegaron. Se puede considerar cono "inteligente" la decisión gubernamental de no favorecer la filmación de contenidos que hubieran sido utilizados para nuevas “superproducciones”.
El problema está en que la ciudadanía normal, la inmensa mayoría de la ciudadanía, estamos siendo rehenes de todo ello. Los derechos de la mayoría son pisoteados para no provocar que las actuaciones de la minoría victimaria acaben en los estudios "cinematográficos" superestelares de las empresas ex-KGB.